HUELLA DEL DOLOR

El World Trade Center ya dejó de ser un símbolo de poder y economía. Ahora lo es del dolor y de vacío. Diez años después, la zona de Lower Manhattan ha cambiado. Ya no es un área sólo de trabajo, ya no se vacía antes del atardecer. Es un hueco con 3000 nombres. Es un profundo memorial que se construyó en honor a las víctimas del 11 de septiembre, del pentágono y otros ataques terroristas.

Somos cientos, y en su mayoría turistas, los que conseguimos un pase anticipado en su sitio web. La fila es larga y en ella se confunden varios idiomas. Los edificios nos resguardan del último viento invernal. Llueve, anticipando un clima nostálgico.

La entrada está en las calles Albany y Greenwich, pero el pase no te permite un ágil ingreso. Luego de caminar casi toda la manzana, hay que pasar un control de seguridad estricto. Rayos equis registran a personas y mochilas por igual; como en los aeropuertos y tantos lugares más después de la caída.

Un parque de ocho hectáreas lleno de árboles interrumpido por dos piscinas de granito negro. El lugar es lindo, pero no busca serlo. Es una obra, y no se supone que el arte lo sea; se supone que debe hacerte sentir algo. Ese lugar no debería existir.

Cámaras bajas y tímidas, hombres de seguridad con la frente en alto y atentos. Silencio, un recorrido lento y caras de miedo, ese miedo de no saber qué hacer o decir. De pronto un grito. Es un nene con sus padres. Llora, grita, se queja. Lo miramos o evitamos mirarlo. Un guardia se acerca y corrobora si está todo ok. Está todo ok.

El silencio pesa. Sólo se escucha la caída constante de agua. El elemento líquido acompaña un recorrido tranquilo y relajante. Un sonido suave renueva y da fuerzas para seguir a aquellos que todavía están acá.

Las huellas de las Torres Gemelas están ahí, rodeadas de inmensos edificios que crean un clima único de tristeza y perdida. Las piscinas ocupan su lugar. Los visitantes se acumulan alrededor de las fuentes, agujeros profundos y negros que provocan vacío y simbolizan la herida abierta que dejó el hecho. Desde el borde no se llega a ver el fondo donde termina la caída de agua artificial más grande de América del norte, lo que recuerda aun más el dolor que provoca. Es un lugar inaccesible como el encuentro con las miles de personas que están presentes allí con sus nombres grabados en los muros de bronce.

A pesar de que hoy se encuentre aislado, este parque está pensado para que forme parte de la cotidianidad neoyorquina. Un espacio conmemorativo donde las fuentes recuerdan la pérdida mientras que los árboles, la vida y la memoria.

 Nueva York. Abril,  2012.

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