SALA DE ESTAR

Arriba, arriba, desde lejos si se ve. Hace cinco años, desde la citta bassa vimos tus murallas y luces que nos llamaban. En ese entonces sólo fuiste una posta, una ciudad cerca del aeropuerto para seguir conociendo el continente. Sólo pasamos unas horas en Bergamo; lo poco que vimos nos gustó y estaba claro, teníamos que volver.

Veníamos de una semana intensa de recorrido por el norte de Italia y nada mejor que encontrar paz y tranquilidad encerrada entre muros de piedras. Seis kilómetros que protegían de los ataques de tropas españolas, ahora resguardan calles adoquinadas y estrechas, edificios históricos y  locales modernos que se adaptan a la arquitectura medieval, renacentista y barroca.

Es una ciudad chica que te da el gusto de lo exquisito, lejos de las grandes masas turísticas. Acá todo va despacio, y obliga un caminar pausado. Aprovechamos una tarde larga de verano para recorrer su centro histórico. El calzado debe ser cómodo porque sus calles son cuesta arriba. A pesar de que su arquitectura te encanta, lo que más disfrutamos es su ambiente genuino y calmado. Es un combo perfecto.

La mejor manera de encontrarla es perdiéndose entre sus callejones. Conocerla y terminar en su corazón de piedra donde disfrutar una típica cena bergamasca. No es frío y duro como su material de construcción, si no que el entorno y su gente crea un ambiente cálido.

Casi todas las calles de la ciudad te llevan a él. Subiendo por la Vía Gombito, la principal arteria de esta zona, llegamos a la Piazza Vecchia. Una auténtica plaza medieval. Está enmarcada por el Palazzo della Ragione, el Palazzo Nuovo y el Campanone.

Es un lugar perfecto para sentarse, relajarse y disfrutar de lo que estás viendo. Y eso fue lo que hicimos, frente a la Fontana Contarini y debajo de la Torre Cívica.  Elegimos el Café del Tasso. Un restaurant histórico que cuenta con una panadería y heladería.

Saboreamos la noche con una botella de Sauvignon Blanc. Al ritmo de las 100 campanadas, recibimos la comida. En un plato que se asimilaba a una capelina con un ala ancha, se presentó tímida en el centro. Unos ravioles rellenos de carne, queso, panceta y hierbas, conocidos como casoncelli alla bergamasca.

No había otra forma de terminar la noche que no incluyera el dulce típico de la ciudad. Polenta e Oséi, un pastel de color amarillo y con un sabor similar al mazapán. Para comerlo de a poco, aprovechando la sobremesa y con un espresso para no empacharse.

Bergamo. Junio, 2015.

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