TURISMO AVENTURA PORTEÑO

Buenos Aires siempre está despierta y en movimiento. Es un fenómeno de cemento que le da la espalda al río. No tenemos presente de que está ahí tan cerca y accesible para visitar. Un lugar atípico entre la gran ciudad, próximo al centro administrativo y financiero, en la ribera del Río de la Plata se encuentra la reserva ecológica. Allí donde las bocinas y sirenas conocen a los grillos, las hojas y las distintas aves que la habitan.

Quería ser más pavimento ampliando la zona céntrica, pero el abandono y la acción espontánea de la naturaleza colonizaron el área. Muchos visitamos la reserva para andar en bicicleta, avistar aves en sus miradores inconclusos o simplemente pasar el día en el río y caminar por sus cinco senderos: de los Alisos, de los Sauces, de los Plumerillos, de los Lagartos y del Medio.

Un viernes conocí un camino nuevo, uno que no sabía que iba a conocer cuando acepte un paseo por la Reserva Ecológica a la luz de la luna llena. No cualquier luna, si no la supermoon.

No fueron necesarias linternas. Sólo unas buenas zapatillas y OFF! En un grupo de 25 personas comenzamos por el Camino de Los Lagartos. Estábamos todos. El que se las sabe todas, el que saca fotos a cada paso que da y los que no saben que hacen ahí. Todavía es visible la ciudad que contamina el ambiente con algunas bocinas. Alrededor, ceibos, tipas y lagunas (a la derecha, de los Patos; a la izquierda, de los Coipos).

Dejamos de oír los ruidos de la ciudad, ganan terreno los grillos y las ranas. Nos dirigimos hacia el río, que se siente cada vez más cerca. Tomamos por el camino central de donde se abre un sendero no autorizado hacia el Bosque de los Alisos.

No se ve nada. Adentro, la luz de la luna es mínima, pero los ojos se van acostumbrando a la oscuridad. Los otros sentidos nos ayudan a descubrir lo que nos rodea. Sólo se oyen pisadas sobre las hojas y la huida de algunas aves. Nuestras preocupaciones se dividen entre: esquivar las cortaderas que sorprenden como una cachetada en la cara, seguir la espalda del que va adelante, nuestra única guía; y no caer en bromas de posibles ataques de animales salvajes. Somos Jack, Kate, Sayid y Sawyer perdidos en el Litoral.

Es medianoche, en medio de la naturaleza y perdemos la noción de que estamos a pasos del caos y el smog de la capital del país. No es necesario, pero obedecemos y mantenemos los ojos cerrados en el medio de la nada escuchando el “silencio de la naturaleza”. Minutos después un atajo nos lleva hacia el río.

Tan cerca de la ciudad, se encuentra un lugar en donde se pierden sus sonidos característicos. La vegetación absorbe el ruido y disfrutamos de la luna llena y las estrellas que iluminan toda la reserva. La imagen de una Buenos Aires que se entrevé desde el matorral es digna de una fotografía y vale la pena la experiencia, por lo menos una vez. La caminata abre el apetito. En uno de los carritos de la Costanera Sur, degustamos un sándwich de bondiola con unas papas re-fritas finaliza la aventura porteña.

 Buenos Aires. Diciembre, 2010.

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