TENER EL TIEMPO

«Toma tu té despacio y con respeto, como si fuera el eje alrededor del cual gira el mundo, lentamente, regularmente, sin apurarse hacia el futuro.»

Thich Nat Hahn

Una pequeña tienda protegida por un jardín de invierno que brinda tranquilidad y calidez. Casi a oscuras, con el toldo entornado y muy pocas lámparas encendidas crean un ambiente íntimo. Está rodeada de bibliotecas de té, más de 100 latones marrones con inscripciones color naranja. Cada una invita a transportarse a destinos ajenos, a viajar a través de los aromas. Detrás de una bebida milenaria hay una historia, un ritual y una cultura. En una taza de té se puede encontrar un mundo.

Movimientos lentos, perfectamente realizados y para nada forzados. Una coreografía cálida, que parece ser cotidiana. Ella se maneja con otro reloj, es la maestra del té del embajador de Japón en Argentina. Hoy el destino es Kioto a través del matcha, té verde molido.

Los roles de huésped y anfitrión se confunden, soy su invitada pero ella es la visita. Como todo arte tiene una filosofía con un cierto orden. La atmósfera que rodea el ritual es muy importante, por eso aclara que es una ocasión informal y que no es común que la ceremonia se realice de esta manera. Sus cordiales manos alzando un cuenco hacen que tengamos que parar y prestar atención. Hay una perfecta combinación de armonía, respeto y delicadeza.

Mientras como una golosina tradicional, gomosa, de arroz apelmazado (mochi), la anfitriona templa el cuenco. Con una cucharilla de bambú (chashaku) pone la medida exacta de infusión en el bolw de té. Sus maniobras hipnotizan. Luego añade el agua y agita la mezcla rápidamente con una brocha elaborada con la misma planta asiática, logrando una consistencia cremosa con espuma en la superficie.

Dicen que para un té delicioso deben sincronizarse cuatro fuerza: wa (armonía), kei (respeto), sei (pureza) y yaku (tranquilidad). El contexto logra ser el indicado dentro de la vorágine de la gran ciudad. La gracia, la capacidad y la sinceridad con que la maestra hace su trabajo logran adaptar el ambiente. Lleva mucho estudio y tiempo el arte de ritualizar la hospitalidad. El local brinda la tranquilidad y simplicidad que se necesita.

En todo momento el silencio es total. Nada queda librado al azar. Al acercar el cuenco con su mano izquierda a mi derecha, se anticipa y señala que debo girarlo hacia la derecha para no beber desde el lado que fue entregado. Más tarde me explicará que este gesto demuestra respeto al teishu, ya que se da a entender que uno no es merecedor del lado que el maestro le dio. Su color verde intenso. Su aroma fresco. Su sabor intenso, casi salado. Un abrazo del mar de Japón.

Con cada sorbo de té reconocí la admiración y respeto por aquella cultura. Aprendí lo que es tener el tiempo. «Tener el tiempo» es la ceremonia del té, es historia y cultura japonesa tradicional.

La velocidad de la ciudad se detuvo. Un encuentro es una oportunidad. Y cada uno debe ser guardado ya que podría no volver a repetirse. Fue la tarde más perfecta, educada y encantadora que me tocó vivir.

Buenos Aires. Mayo, 2014.

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